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En Perú hay cientos de pollerías, y entre ellas, están los restaurantes Las Canastas, La Caravana, de Roky, de Norky y Pardos Chicken, sin contar con el Pollo Pechugón, que no tengo idea si seguirá funcionando actualmente, pero cuando lo conocí hace unos años atrás, era de los más afamados y concurridos.

Estos restaurantes, aunque se vean pequeños desde afuera, pueden llegar a facturar más de 300 millones de dólares cada año.
En un solo mes, se pueden llegar a vender unos 15 millones de pollos crudos al mes, lo que sería solo la mitad de lo que se vende en los locales de pollerías, preparados para servir.

El único factor en contra al que se está enfrentando el negocio de las pollerías, es la mayor competencia y el mayor costo de los precios del pollo, lo que ha reducido los márgenes de ganancia.

Pero el tema de la reducción de márgenes es algo que afecta tarde o temprano a cualquier industria, y los pollos no podían quedar fuera. Quizás la única solución sea que los restaurantes se adueñen además de una planta faenadora, de modo que los costos queden distribuidos dentro de una sola cadena comercial. Este tipo de integraciones no son extrañas cuando los competidores comienzan a apoderarse de las porciones del mercado de los líderes.

Por otro lado, creo que diversificar el tipo de carne con preparaciones rápidas, es ya una necesidad no sólo en Perú, sino en todo el mundo. Es por esto que últimamente los negocios de sándwiches artesanales les a ido tan bien. Ya no basta con ser iguales al resto, hay que diferenciar el producto final.

Vía/ Peruthisweek

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